Fue una purga monumental: desprenderse de todas las cosas de Harpo, el estudio que construí en 1990, tres años y medio después de que The Oprah Winfrey Show se hiciera nacional.
Me hice con la propiedad del programa para poder ser mi propio jefe y tener mi propio espacio, separado de mis jefes originales en la WLS-TV de Chicago. Compré el edificio y la empresa se convirtió en algo más. Una de las productoras, Tara Montgomery, que lleva conmigo más de 20 años, lo describió como «un viaje en cohete lleno de alegría hasta lo más profundo del torrente sanguíneo y los tuétanos de Estados Unidos».
Cada día, cada programa fue creado con la intención de servir a nuestra audiencia. Y creo que cada persona que formaba parte del equipo de Harpo te diría que era un honor servir.
Fue un esfuerzo enorme desmontarlo todo, desde mi vestuario hasta las cámaras y las 200.000 cintas de vídeo en cajas. Mi vida en cajas. Las cintas representaban los días de nuestra vida, las innumerables horas dedicadas a reservar, elaborar, organizar, editar y presentar historias que cambiaron la forma en que la gente se veía a sí misma. «Tipper Gore sobre la depresión», «Mom Makeovers», «Garth Brooks en Texas», «Cuando tu vanidad es desafiada»: ¡múltiples cintas por cada día que trabajamos durante más de 25 años!
De cerca y en persona con 25 años de cintas de programas.
Después de digitalizar todas las cintas maestras, decidir qué conservar o destruir fue una locura. El proceso está en marcha para los millones de fotos que el fotógrafo de Harpo, George Burns, me hizo a lo largo de los años. ¿Qué conservar? ¿Qué dejar ir?
Mientras hablábamos por última vez a través de un pasillo de cajas, Gayle dijo: «¿No te sientes triste?». «No», le dije. «Siento un gran orgullo». Estoy orgullosa de todas las personas que dieron su tiempo, su energía y su pasión al lugar que llamamos Harpo. Transformamos una productora de televisión en una gran influencia en nuestra cultura.
El muro de la fama que muestra instantáneas de los famosos invitados de The Oprah Winfrey Show.
El edificio se vendió hace dos años y pronto será derribado. Pero el legado no es el edificio. No son los ladrillos, los cables y la electrónica. Es el trabajo. Es la gente que dio con diligencia, de corazón, cada día. Es cada una de las vidas que se vieron afectadas por lo que pusimos en el mundo. Son las lecciones aprendidas, las alegrías que compartimos, los retos que superamos. Y la oportunidad que tuvimos -y aprovechamos- de utilizar la televisión como una fuerza para el bien. Todo eso, estoy seguro, será el legado de Harpo.
Los asientos donde el público escuchaba, reía y aprendía.
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