Alguien te observa, atentamente, pero no puedes verlo. Entonces te das cuenta, atraído de alguna manera por sus ojos. Estás en medio de un jardín de esponjas, el fondo del mar está salpicado de matorrales de esponjas de color naranja brillante. Enredado en una de estas esponjas y en las algas verde-grisáceas que la rodean hay un animal del tamaño de un gato. Su cuerpo parece estar en todas partes y en ninguna. Las únicas partes que puedes fijar son una pequeña cabeza y los dos ojos. A medida que te abres paso alrededor de la esponja, también lo hacen esos ojos, manteniendo la distancia, conservando parte de la esponja entre los dos. El color de la criatura coincide perfectamente con el de las algas, salvo que parte de su piel está plegada en pequeños picos en forma de torre con puntas que coinciden con el naranja de la esponja. Finalmente, levanta la cabeza y se aleja con un chorro de propulsión.
Un segundo encuentro con un pulpo: éste se encuentra en una guarida. Hay conchas esparcidas por delante, ordenadas con algunos trozos de vidrio viejo. Se detiene frente a su casa y los dos se miran. Éste es pequeño, del tamaño de una pelota de tenis. Adelantas una mano y estiras un dedo, y un brazo del pulpo se desenrolla lentamente y sale a tocarte. Las ventosas te agarran la piel, y el agarre es desconcertantemente fuerte. Tira de tu dedo, saboreándolo mientras te atrae suavemente. El brazo está repleto de sensores, cientos de ellos en cada una de las docenas de ventosas. El propio brazo está lleno de neuronas, un nido de actividad nerviosa. Detrás del brazo, unos grandes ojos redondos te observan todo el tiempo.
Los octópodos y sus parientes (sepias y calamares) representan una isla de complejidad mental en el mar de los animales invertebrados. Desde mis primeros encuentros con estas criaturas, hace aproximadamente una década, me ha intrigado la poderosa sensación de compromiso que es posible al interactuar con ellos. Nuestro ancestro común más reciente está tan lejos -más del doble de los primeros dinosaurios- que representan un experimento totalmente independiente en la evolución de los cerebros grandes y el comportamiento complejo. Si podemos conectar con ellos como seres sensibles, no es por una historia compartida, ni por parentesco, sino porque la evolución construyó mentes por partida doble. Probablemente son lo más cerca que estaremos de conocer a un alienígena inteligente.
Comparando cerebros
Los pulpos, las sepias y los calamares pertenecen a una clase de moluscos marinos llamados cefalópodos, junto con criaturas ya extintas llamadas ammonites y belemnites. El registro fósil de los pulpos sigue siendo escaso. Al ser los únicos cefalópodos sin concha externa o interna y sin partes duras, salvo el pico, no se conservan bien. Sin embargo, en algún momento de su evolución, se han multiplicado: actualmente se conocen unas 300 especies, tanto de aguas profundas como de arrecifes. Su longitud oscila entre menos de un centímetro y el pulpo gigante del Pacífico, que pesa 45 kilos y mide 6 metros de punta a punta del brazo.