Describir varias definiciones de estrés, incluyendo la diferencia entre el estrés basado en el estímulo y el estrés basado en la respuesta y el estrés bueno y el estrés malo
El término estrés, en lo que respecta a la condición humana, surgió por primera vez en la literatura científica en la década de 1930, pero no entró en el lenguaje popular hasta la década de 1970 (Lyon, 2012). Hoy en día, a menudo utilizamos el término de forma imprecisa para describir una variedad de estados de sentimientos desagradables; por ejemplo, solemos decir que estamos estresados cuando nos sentimos frustrados, enfadados, en conflicto, abrumados o fatigados. A pesar del uso generalizado del término, el estrés es un concepto bastante vago y difícil de definir con precisión.
Los investigadores han tenido dificultades para ponerse de acuerdo en una definición aceptable de estrés. Algunos han conceptualizado el estrés como un acontecimiento o una situación exigente o amenazante (por ejemplo, un trabajo muy estresante, el hacinamiento y los largos desplazamientos al trabajo). Estas conceptualizaciones se conocen como definiciones basadas en el estímulo porque caracterizan el estrés como un estímulo que provoca determinadas reacciones. Sin embargo, las definiciones del estrés basadas en el estímulo son problemáticas porque no reconocen que las personas difieren en su forma de ver y reaccionar ante los acontecimientos y situaciones vitales difíciles. Por ejemplo, un estudiante concienzudo que ha estudiado diligentemente durante todo el semestre probablemente experimentará menos estrés durante la semana de los exámenes finales que un estudiante menos responsable y poco preparado.
Otros han conceptualizado el estrés de forma que enfatizan las respuestas fisiológicas que se producen cuando se enfrentan a situaciones exigentes o amenazantes (por ejemplo, el aumento de la excitación). Estas conceptualizaciones se denominan definiciones basadas en la respuesta porque describen el estrés como una respuesta a las condiciones ambientales. Por ejemplo, el endocrinólogo Hans Selye, un famoso investigador del estrés, definió una vez el estrés como la «respuesta del cuerpo a cualquier demanda, ya sea causada por, o que resulte en, condiciones agradables o desagradables» (Selye, 1976, p. 74). La definición de estrés de Selye se basa en la respuesta, ya que conceptualiza el estrés principalmente en términos de la reacción fisiológica del cuerpo a cualquier demanda que se le plantee. Ni las definiciones basadas en el estímulo ni las basadas en la respuesta proporcionan una definición completa del estrés. Muchas de las reacciones fisiológicas que se producen ante situaciones exigentes (p. ej, aceleración del ritmo cardíaco) también pueden producirse en respuesta a cosas que la mayoría de las personas no considerarían genuinamente estresantes, como recibir una buena noticia imprevista: un ascenso o un aumento de sueldo inesperado.
Una forma útil de conceptualizar el estrés es verlo como un proceso por el que un individuo percibe y responde a acontecimientos que valora como abrumadores o amenazantes para su bienestar (Lazarus & Folkman, 1984). Un elemento crítico de esta definición es que enfatiza la importancia de cómo valoramos -es decir, juzgamos- los acontecimientos exigentes o amenazantes (a menudo denominados estresores); estas valoraciones, a su vez, influyen en nuestras reacciones ante tales acontecimientos. En este sentido, hay dos tipos de valoraciones de un factor estresante especialmente importantes: las valoraciones primarias y las secundarias. Una valoración primaria implica un juicio sobre el grado de daño potencial o de amenaza para el bienestar que puede suponer un factor estresante. Un factor estresante puede ser valorado como una amenaza si se anticipa que podría conducir a algún tipo de daño, pérdida u otra consecuencia negativa; por el contrario, un factor estresante puede ser valorado como un reto si se cree que conlleva el potencial de ganancia o crecimiento personal. Por ejemplo, una empleada que es ascendida a un puesto de liderazgo probablemente percibiría el ascenso como una amenaza mucho mayor si creyera que el ascenso conllevaría unas exigencias laborales excesivas que si lo viera como una oportunidad para adquirir nuevas habilidades y crecer profesionalmente. Del mismo modo, un estudiante universitario a punto de graduarse puede afrontar el cambio como una amenaza o como un reto (Figura 1).