Historia
Durante mucho tiempo se ha considerado que África occidental es el hogar de la fiebre amarilla, aunque los primeros brotes registrados de la enfermedad se produjeron en el centro y la costa de Sudamérica tras la conquista española en el siglo XVI. Durante los 300 años siguientes, la fiebre amarilla, que recibió diversos nombres como Yellow Jack y «el azote del azafrán», fue una de las grandes plagas del Nuevo Mundo. Las regiones tropicales y subtropicales de América sufrieron epidemias devastadoras, y se produjeron graves brotes tan al norte como Filadelfia, Nueva York y Boston, pero también tan lejos de los centros endémicos como España, Francia, Inglaterra e Italia.
A finales del siglo XIX había varias teorías sobre la causa y la transmisión de la fiebre amarilla. El historiador médico escocés Charles Creighton, escribiendo en la novena edición de la Encyclopædia Britannica (1885), señaló que «la fiebre amarilla, en tiempo y lugar, ha perseguido los pasos del comercio de esclavos africanos». Descartando como «totalmente fuera de lugar» las recientes sugerencias de que la enfermedad podría ser transmitida por un microorganismo, el Dr. Creighton resumió la opinión estándar de que la fiebre amarilla era «una virulenta enfermedad de la suciedad» traída al Nuevo Mundo en barcos ensuciados por los excrementos de los esclavos africanos:
Para establecer una epidemia en un puerto lejano, ha sido necesario que se llevara hasta allí una cantidad material de la específicamente venenosa suciedad de puerto en las sentinas de un barco, y que existieran en el nuevo suelo las condiciones favorables para su aumento y difusión por fermentación.
El tratamiento consistía en «medidas enérgicas» para purgar la infección: dosis de ipecacuana para inducir el vómito, aceite de ricino para aflojar los intestinos y enemas de agua fría con trementina para expulsar el gas.
Sin embargo, para la década de 1880, las nuevas teorías ya estaban ganando aceptación. En 1881, el epidemiólogo cubano Carlos Juan Finlay sugirió que la fiebre amarilla era causada por un agente infeccioso transmitido por un mosquito ahora conocido como Aedes aegypti. En su investigación de la teoría de Finlay, el mayor Walter Reed, patólogo y bacteriólogo del ejército estadounidense, demostró en 1900 la transmisión de la fiebre amarilla de un ser humano a otro a través de la picadura de A. aegypti. Reed pudo demostrar además que los mosquitos eran el único vector de la enfermedad. Los descubrimientos de Reed fueron rápidamente retomados por el cirujano estadounidense William Crawford Gorgas, quien pudo prácticamente eliminar la fiebre amarilla de La Habana, Cuba, mediante el control del mosquito Aedes. El éxito de Gorgas se repitió en Río de Janeiro, Brasil, y luego en Panamá durante la construcción del Canal de Panamá. El último brote de fiebre amarilla en Estados Unidos se produjo en 1905, cuando Nueva Orleans (Luisiana) y otros puertos del sur fueron invadidos.
En 1927, investigadores del Instituto Rockefeller de Investigación Médica, que trabajaban en África Occidental y en Estados Unidos, demostraron que la fiebre amarilla era transmitida por un virus específico, y durante la década siguiente se desarrolló una vacuna a partir de cepas atenuadas del virus (un logro por el que el investigador de Rockefeller Max Theiler acabó ganando un Premio Nobel). En 1933 se reconoció por primera vez la existencia de un ciclo de transmisión en la selva, que incluía la transmisión del virus de un animal a otro y de un animal a un ser humano, tras lo cual quedó claro que el virus de la fiebre amarilla era endémico en enormes zonas de las cuencas de los ríos Amazonas y Orinoco, en Sudamérica, y en los bosques de África tropical central y occidental. Se produjeron brotes periódicos en estas regiones hasta que se instituyeron importantes programas de inmunización después de la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, no se han producido epidemias devastadoras como en el pasado; no obstante, la Organización Mundial de la Salud calcula que cada año mueren unas 30.000 personas en zonas donde la fiebre amarilla es endémica. La enfermedad nunca ha llegado a Asia tropical, a pesar de los numerosos viajes a la región y la presencia de grandes poblaciones de monos que servirían de reservorio viral. Los investigadores especulan que otros flavivirus endémicos en Asia pueden estimular algún nivel de inmunidad al virus de la fiebre amarilla, que la ecología de Asia tropical no favorece los ciclos de transmisión de la enfermedad y que las variedades asiáticas del mosquito Aedes pueden no ser portadoras eficientes del virus.