Si los peces respiran por las branquias, ¿por qué tienen fosas nasales?
Un estudiante de cuarto grado planteó esta pregunta a nuestros biólogos mientras visitábamos un aula para nuestro programa educativo Three Rivers. Nos pareció una observación bastante astuta y un tema interesante que merece la pena discutir. La respuesta, en pocas palabras, es el olor. La nariz de los seres humanos tiene el doble propósito de oler y respirar, pero estas dos funciones están completamente separadas en los peces: las fosas nasales son para oler, las branquias son para respirar. Cada fosa nasal de un pez óseo consta en realidad de dos aberturas, como se muestra en este tipo de pez negro. El agua entra por la abertura delantera, pasa por las células sensoriales del pez y sale por la abertura trasera. Los peces que viven en entornos más oscuros y turbios tienden a confiar más en el olfato para percibir su entorno, en comparación con los peces que viven en aguas más claras y brillantes, que confían más en sus ojos en su lugar.
Los peces olfatean el agua que entra por sus fosas nasales (también llamadas narinas) para detectar sustancias químicas en el agua, que pueden ayudarles a evitar a los depredadores, localizar a sus parejas y también dirigir su migración. Algunos de estos olores son feromonas, que son sustancias químicas liberadas por otros animales que desencadenan algún tipo de respuesta en el receptor. Por ejemplo, un pez herido que ha sido mordido por un depredador puede emitir un olor que desencadena una respuesta de «alarma» en otros peces de esa especie, lo que les hace huir (Sorensen y Stacey 2004). O el olor puede provenir del entorno en el que vive el pez. El salmón es famoso por «oler» su camino de vuelta a los arroyos donde nació basándose en la composición química del agua de ese arroyo (Dittman y Quinn 1996). Mientras que el salmón utiliza fuerzas como el campo magnético de la Tierra para dirigir su migración en el océano abierto, pasa a utilizar el olfato cuando entra en el agua dulce, buscando la huella química de su arroyo natal. Es un gran ejemplo de cómo un poco de olfato puede llegar muy lejos.