Los relatos mórbidos sobre el trabajo de un asesino en serie que empuña un hacha habían sacudido Nueva Orleans durante meses cuando se publicó una misteriosa y preocupante carta en el periódico local. El autor, supuestamente el propio asesino, afirmaba ser un espíritu, un demonio, inalcanzable, y amenazaba con volver el martes siguiente por la noche para cometer más asesinatos. Sin embargo, la advertencia venía acompañada de una útil pista: cualquier casa o establecimiento que disfrutara de la música de una banda de jazz en la noche mencionada se libraría del hacha del asesino.
¿La carta era del propio asesino o era un bulo? Mucha gente bromeó sobre la carta; un hombre incluso se ofreció a dejar su ventana abierta para el Hachero si le prometía dejar la puerta intacta. Pero a pesar de las dudas, la noche del 18 al 19 de marzo se llenó de música. El jazz sonaba en los salones de baile y las bandas de aficionados tocaban en las fiestas de las casas, la música se colaba por las ventanas abiertas. Fiel a su palabra, el Hachero no mató a nadie esa noche.
Unos meses después volvió a atacar y a matar, el último crimen que se le atribuye al Hachero. Tal y como preveía la carta, el asesino amante del jazz nunca fue atrapado.
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