Por Lauren Zalewski, especial para Everyday Health
Todos experimentamos dolores y molestias de vez en cuando, especialmente cuando nos hacemos un poco mayores. Pero nunca imaginé que el dolor se apoderaría de mi vida y casi la arruinaría.
Me diagnosticaron lupus y fibromialgia allá por 2001. Con la excepción de un puñado de brotes breves cada año, pude funcionar y hacer mi vida cotidiana, en su mayor parte. Entonces, hace cinco años, todo se detuvo cuando tuve un largo y doloroso brote que duró cuatro años. El dolor se convirtió en algo insoportable para mí. Me recetaron potentes analgésicos, pero no me sirvieron de nada. Cada vez que volvía a mi médico, la respuesta era siempre la misma: probemos otra medicación.
Dolor terrible y sensación de desesperanza
Gradualmente, empecé a retroceder a un mundo dominado por mi constante lucha contra el dolor y mi concentración en él. Todo lo demás empezó a quedarse en el camino, y las cosas que me gustaban hacer -las que daban alegría y sentido a mi vida- ya no parecían posibles. Me encantaba cocinar, socializar con mis amigos y hacer voluntariado. Antes, mis días estaban ocupados asistiendo a las reuniones de la Asociación de Padres de Alumnos y dirigiendo el grupo de teatro infantil local. Pero mi mundo pronto se redujo drásticamente, ya que pasaba todo el tiempo en casa, normalmente en el sofá viendo la televisión, deprimida por lo que se había convertido mi vida y con un dolor agonizante. Finalmente, empecé a perder la esperanza.