En todo el Egipto dinástico y romano, el áspid era un símbolo de la realeza. Además, tanto en Egipto como en Grecia, su potente veneno lo hacía útil como medio de ejecución para criminales que se consideraban merecedores de una muerte más digna que la de las ejecuciones típicas.
En algunas historias de Perseo tras matar a Medusa, el héroe utilizó unas botas aladas para transportar su cabeza al rey Polidectes. Mientras sobrevolaba Egipto, parte de su sangre cayó al suelo, lo que engendró a las áspides y a Amphisbaena.
Según Plutarco, Cleopatra probó varios venenos mortales en condenados y concluyó que la mordedura del áspid (de aspis-cobra egipcia, no áspid europeo) era la forma menos terrible de morir; el veneno producía somnolencia y pesadez sin espasmos de dolor. El áspid es quizás más famoso por su supuesto papel en el suicidio de Cleopatra después de que Marco Antonio (su marido) se suicidara cayendo sobre su espada debido a un falso informe de que Cleopatra se había suicidado. Algunos creen que fue una víbora cornuda, aunque en 2010, el historiador alemán Christoph Schaefer y el toxicólogo Dietrich Mebs, tras un exhaustivo estudio del suceso, llegaron a la conclusión de que en lugar de atraer a un animal venenoso para que la mordiera, Cleopatra en realidad utilizó una mezcla de cicuta, acónito y opio para acabar con su vida.
No obstante, la imagen del suicidio por aspiración ha quedado inextricablemente unida a Cleopatra, tal y como la inmortalizó William Shakespeare:
Con tus afilados dientes este nudo intrínseco
De la vida a la vez desata: pobre tonto venenoso
Enfádate, y despacha.-Cleopatra, Acto V, escena II Antonio y Cleopatra
También es famoso que Otelo compare su odio hacia Desdémona como si estuviera lleno de «lenguas áspides» en la obra de Shakespeare Otelo. (Acto 3, escena iii)